No murieron por la patria de Guillermo Schmidhuber, una reflexión.
Alguien tendría que decir a todo pulmón que el teatro en
Monterrey no está muerto. No, no me refiero a los espectáculos escénicos que
parte un poco del concepto de teatro de variedades y que hoy en día no tienen
un nombre. Bien los podríamos llamar “Teatro burdo”.
El teatro de las ideas se defiende y todavía podemos
disfrutar en escena de textos poderosos y hasta poéticos. Esto ha quedado
patente con la puesta en escena de “No murieron por la patria” obra de Guillermo
Schmidhuber, que según tengo entendido ha sido estrenada en esta corrida de
funciones.
Lo que me parece interesante es cómo Schmidhuber ha enlazado
dos historias; páginas de la novela “Atala” de Francois-René de Chateaubriand,
artífice del romanticismo francés en literatura, y el encuentro histórico de
Fray Servando Teresa de Mier y Simón Rodríguez; padres del independentismo
latinoamericano. La obra es en efecto una serie de diálogos entre Teresa de
Mier y Rodríguez, con furtivas apariciones de Atala, que surge como musa griega
para reflexionar sobre ideas conductoras de la obra.
Algunos estudiosos del padre Mier me han señalado algunos
puntos cuestionables de la visión de Schmidhuber; las alusiones a los amoríos
de Mier (los cuales no han sido comprobados y lo que tenemos biográficamente
apuntan a una conducta rigurosa de parte del independentista) . Sea cual sea la
verdad histórica, Schmidhuber ha retratado a dos humanos y no dos héroes, lo que
hace mucho más apetecible su propuesta. Simón Rodríguez, pudo haber sido un
filósofo de las revoluciones en Latinoamérica pero no tiene escrúpulos en hacer
pasar por suya la traducción al español de “Atala”, a pesar de que Mier era el
versado en la lengua francesa.
Francisco de Luna desde “El eterno fugitivo” tiene una idea
clara del personaje que es Fray Servando Teresa de Mier; aristocrático,
puntilloso, erudito y honestamente religioso. En cambio Rodríguez es un
idealista apasionado e impulsivo. Gerardo Villarreal hace un buen trabajo con
su personaje, incluyendo un acento venezolano natural. Claudia Garza hace una
Atala marmórea; su texto es un poco exaltado, de esos que hacen abochornarnos
un poco a las frías generaciones del siglo XXI.
La dirección de Luis Martin mantiene el interés y el pulso
de la obra; logra que sus actores enfaticen las diferencias filosóficas que les
señala el texto. Claramente vemos aquí un discurso de izquierda versus
derecha. Lo único que discutiría son las
proyecciones bastante discretas que ayudan a configurar el escenario. Tampoco
me pareció acertada la selección de la música; habría sido interesante utilizar
la música de Mehul, Paer o Spontini, músicos franceses de este tiempo.
Con Guillermo Schmidhuber
Comentarios
muchas felicidades por tu nueva responsabilidad.
La mejor forma de cambiar este mundo es desde adentro.
Un abrazo.