"Tartufo" de Moliere en el Aula Magna del Colegio Civil, Monterrey
No pocas veces llegamos a la reflexión de que el mejor
teatro es aquel que trasciende su tiempo. Si bien la belleza del uso del lenguaje puede ser un
factor fundamental para la consagración histórica de un clásico, las grandes
obras tienen un elemento atemporal que las hace vigentes en cualquier espacio. Es
una cualidad que yo llamaría “profética” y nos demuestra que en su constitución
psicológica, el hombre avanza poco siglo con siglo.
La producción de la Secretaría de Extensión y Cultura de la
UANL, bajo la dirección de Sergio García, uno de los grandes directores del
teatro regiomontano, es efectiva por la inclusión de algunas escenas que
contribuyen a subrayar la hipocresía humana. Así vemos a Tartufo, quien en la
lectura de Sergio García sería una especie de ministro de cualquier
denominación cristiana, sacando de su inseparable maleta sus ampolletas de
morfina. A pesar de que hay una alusión al catolicismo, la obra original de
Moliere se refiere a la hipocresía religiosa a grandes rasgos y me parece que
esa es la intencionalidad de García. Tartufo, encarnado por Carlos Nevárez, lleva
sotana y cuello de sotana, evidentemente si fuera un sacerdote católico sería
improbable que aceptara casarse abiertamente. Lo que García ha subrayado es la
hipocresía dentro de un contexto religioso.
El escenario es simple y destacan ciertos símbolos como la
cruz o el altar que contribuyen inequívocamente a posicionar la tesis de la
obra. La música de “Carmen” de Bizet apunta a las pasiones detrás de la pía
apariencia del protagonista. También permite la lectura de que Tartufo es un “torero”
que burla usualmente a su suerte. Lamento que en un par de puntos la música
haya ahogado ligeramente al texto.
Tartufo ha engañado a Orgón, hombre de buena familia,
haciéndose pasar por un hombre religioso, moral y sensato. Esto lo acoge en su
casa, tras encontrarlo prácticamente en la calle. Desde el principio sabemos
que es un hombre incongruente (conozcamos o no la obra de Moliere) y esto se
acrecienta. A tal grado Orgón ha quedado seducido por la retórica de Tartufo
que le ofrece a su hija de esposa, además de heredarle su fortuna. Elmira, su segunda esposa, Damis y Mariana, las
hijas de su primer matrimonio, Dorina, la criada, y Cleanto, su cuñado,
tratarán de interponerse a su ceguera.
La obra comienza inesperadamente con la Señora Pernelle,
madre de Orgon, apareciendo de entre las butacas. Me gustó mucho la interpretación
de Víctor Martínez, quien dice el texto con fiereza y sin exageración. Un par
de titubeos con el texto contribuyeron más a retratar la ancianidad de la
señora.
Carlos Nevárez encarna a un Tartufo ideal; poco a poco
consigue que el público lo aborrezca por su hipocresía. Su voz de timbre
individual y dicción excepcional contribuyen a darle suavidad a este estafador.
Todo lo hace con un control emocional pasmoso.
Rubén González Garza, como Orgon, vueve a desafiar una vez
más a Cronos. Su caminar es ligero y puede fácilmente caracterizar a un hombre
10 o 15 años menor. Increíble su flexibilidad para meterse todavía debajo de la
mesa en la escena en que Tartufo es desenmascarado por Elmira.
Esta última ha sido caracterizada por esa gran actriz que es
Guadalupe Treviño. Un retrato de gran dignidad, se ve genuinamente alarmada en
las escenas de “pasión fingida” por Tartufo. Logra hacer convincente el respeto
que le tienen sus hijastras.
Para mí, algunos de los mejores momentos de la obra se los
llevó Josefina de la Garza, como la criada Dorina. Escena en la que estuvo, escena
que dominó con su humor y una
presentación ejemplar del texto. Sus intercambios con Orgón fueron de lo mejor
de la noche. En suma, una verdadera
sirvienta señora.
Del resto del reparto hay que aplaudir al Cleanto de Mauro
Samaniego. Este encarna al catedrático serio, una suerte de alter ego de
Tartufo. Del resto me quedo con la impetuosidad genuina de Ximena Villarreal
como Damis (Que en la versión original es hombre). Albar Ramírez es un Valerio
muy tradicional en la línea de los personajes jóvenes. No encontró una
contraparte igualmente responsiva en Yudith González como Mariana quien me
pareció demasiado sobria. El Señor Leal y Exento de Pedro Rivera convencieron
más por la caracterización física que por el texto, en un punto escuchamos
algunos traspiés que seguramente con un poco más de tiempo serán pulidos. A
pesar de lo anterior, fue encomendable en general el trabajo de ensamble.
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