"El Gesticulador" de Rodolfo Usigli en la Sala Experimental del Teatro de la Ciudad
Una buena obra de teatro es aquella que logra trascender su
tiempo, al mantener el poder de su discurso o revelar nuevos puntos de
reflexión que son pertinentes para la sociedad en la cual se está
representando.
“El Gesticulador” de Rodolfo Usigli, escrita en 1938 y
presentada por primera vez en 1947, mantiene su vigencia a pesar de haber sido
escrita cuando comenzaba el debate intelectual acerca del México creado por la
revolución y las tentaciones políticas que todavía padecemos hoy en día.
La obra, en tres actos, nos presenta un juego de usurpación
de identidades; ¿César Rubio, profesor o general?, las oportunidades del juego
de la política, la traición y corrupción. Gesticulador es alguien que exagera y
esa exageración incluye la simulación. César Rubio no estaba para blofear o
entender el blof político. Finalmente esa maquinaria aceitada con sus propias
reglas desenmascara al profesor.
La triste moraleja de la historia es que si no está uno
dispuesto a negociar o a jugar con las reglas del juego político, el propio
sistema te desechará.
Salvador Ayala ha respetado la parte fundamental de la
dramaturgia, sin embargo ha limado algunas aristas caducas y ha introducido en
el final una breve cita de “La muerte de un viajante” de Arthur Miller;
específicamente las líneas finales de Linda. Quizás César Rubio sea después de
todo un vendedor como Willy; pero en
este caso lo que vende es una apariencia.
La propuesta visual está planteada en términos Brookianos;
la exigua escenografía únicamente subraya lo que los actores realizan con el
texto; en este caso, el vestuario es lo que adquiere mayor relevancia tras la
palabra y es innegable que todo cuadra y funciona. La obra ocurre en el
interior de una modesta casa; pero lo que transforma el entorno es el
convincente trabajo de ensamble; en la obra tenemos un vistazo muy fidedigno a
las culturas pueblerinas del norte del país.
Los pequeños detalles que le encuentro a la propuesta tienen
que ver más con la maduración del texto y la creación de personajes que
evidentemente se consigue con el avance de las presentaciones de la obra.
Alejandro Galván nos ha regalado un César Rubio de gran
dignidad. Parece tomar la figura del general un poco a su pesar y de alguna u
otra forma forzado por las circunstancias; su difícil situación familiar, la
relación con los hijos, su pobreza actual. Al principio se nos presenta como un
modesto profesor y cuando asume su nueva identidad adquiere su discurso una
cierta fiereza, atemperada por el aire calmado del catedrático. Me agradó
también el General Navarro de Rogelio Alanís; en manos de los dos actores, el
encuentro entre Navarro y Rubio es el punto central de la trama; las máscaras
se caen. Quizás un poco más de violencia gansteril en la interpretación de
Alanís habría sido más adecuada, principalmente cuando Rubio rechaza su trato.
Fabián Valdés (quien alterna con el talentoso Raúl Oviedo) ha demostrado en varias ocasiones su valía
como actor; aquí convence ampliamente como Miguel, hijo de César, impetuoso y
cuestionador. Me gustó un poco menos Layda de Anda como Julia, la hija del
protagonista. Le faltó mucho más convicción en lo que es evidentemente una
mujer de cierto carácter. Balbina Sada
encarnó a una Elena que trata de mediar entre sus hijos y su esposo. Se trata
de una mujer que goza de una relación de cierta igualdad con su marido. Sus
líneas finales, dichas con gran dignidad y con profundo pesar, podrían ser más
contundentes si explorara una vena más emotiva.
Mario González fue un Profesor Bolton excepcional; parecía
un verdadero gringo de visita en el México de mediados de siglo XX; el acento
idóneo y carente de exageración. Los diputados Salinas y Garza fueron
encarnados por Gerardo Sanrey y José María Martínez, ambos de caracteres bien
diferenciados y sumamente plausibles en sus estereotipos regionales.
Merece una mención especial el trabajo de Rubén Garza como
el Lic. Estrella; epitome del burócrata mexicano embebido en la retórica
partidista. Fue tan natural su interpretación que causó risa, supongo que todos
nos hemos topado a esta clase de sujetos en México. La catarsis fue producto del hartazgo
partidista; vaya que la risa puede ser una forma de desahogo más inocuo que la
violencia.
El resto del reparto, conformado por Porfirio Alvidrez,
Víctor González, José Nery Garza y Gerardo Pedraza no desentonaron del buen
trabajo general.
No puedo dejar de apuntar todavía cierta inmadurez en la
aprehensión del texto; noté algunos titubeos, aunque estos fueron resueltos con
garbo.
Solo me queda encomendar la visita a la Sala experimental
del Teatro de la Ciudad para ver esta obra; tan solo para encontrarnos con uno
de los grandes literatos de México; Rodolfo Usigli. El trabajo de ensamble es
loable con lo que el disfrute de ese encuentro queda bien justificado.
Comentarios