La ópera en México; un arte en busca de coherencia


Hace unos días la Ópera de Bellas Artes presentó, de la mano de su nuevo director, el tenor Ramón Vargas, el programa de actividades 2013 – 2014, incluyendo la temporada de ópera 2013 – 2014, la convocatoria para el Estudio de la Ópera de Bellas Artes, el Programa Integral de Colaboración en los Estados y el Registro Nacional de Voces.
No podía haber iniciado Vargas su gestión con mayor contratiempo tras los hechos que han  desatado una fuerte polémica en varios círculos intelectuales de la Ciudad de México; su conferencia de prensa inaugural en la cual no pudo plantear un proyecto de trabajo coherente sino una serie de ideas inconexas, la contratación de Joanna Paris, una alumna suya de talento mediano, para interpretar el papel de Leonora en el reciente “Trovatore” de Verdi que marcó el inicio de su gestión. Si a esto añadimos la paupérrima producción apocalíptica de Mario Espinosa con vestuarios, como consignó Luis Gutiérrez Ruvalcaba en “Mundo Música”; “tan corrientes como el de hoy día”, nos daremos cuenta de que el panorama, al menos inicialmente, no es muy halagüeño. Si hay algo cierto es que, hasta el momento, Ramón Vargas armoniza muy bien con el perfil de ciertos políticos de la actualidad; retóricos, cocinados al vapor y nepotistas.

Curioso que la Ópera de Bellas Artes vuelva a operar abiertamente como una compañía de ópera nacional. Curioso porque no se ha realizado un verdadero diagnóstico en los estados y mucho menos se han tenido mesas de trabajo con artistas, productores y críticos locales para establecer el programa de actividades. Nada de esto nos importaría si dicho programa no atañera  también a la ópera en los estados. Después de todo, si Ópera de Bellas Artes opta por producciones o proyectos mediocres allá ellos, al público de la capital no se le puede engañar.

 Hay dos segmentos  que han sido llamados; “Programa Integral de Colaboración en los Estados” y “Audiciones Nacionales”. El primero de ellos “contempla la realización de producciones modulares de la Ópera de Bellas Artes que puedan adaptarse a las distintas características de los escenarios en diversas ciudades del país, como la coproducción de las obras en las que, además de la participación de elencos nacionales, se favorezca la integración de elencos locales  y la formación de públicos para la ópera.  De esta forma el trabajo de la Ópera de Bellas Artes tendrá un alcance nacional, con la activa participación de los estados para el desarrollo de la ópera”.  
Además de que podríamos reprochar el discurso generalizado de dicho apartado, se me vienen de golpe varias preguntas y reflexiones que temo no serán respondidas próximamente;  Con respecto a las óperas modulares; ¿Quién va a decidir qué títulos se montaran? ¿Cuál va a ser el proceso de selección? ¿Nos “meterán a chaleco” en los estados los títulos que se decidan de forma centralista? Si se habla de coproducción ¿Cuánto van a aportar los endeudados estados y cuánto va a aportar Conaculta? ¿Se ha realizado algún estudio de los teatros del país? ¿Existe una fórmula mágica de producción que pueda ser compatible con todas las entidades? También se da por sentado que no hay integración actualmente de elencos locales ni que existen esfuerzos actuales en algunas entidades para acercar al público a la ópera. ¿Cómo se compaginará la aparentemente irreconciliable “participación de elencos nacionales” con la “integración de elencos locales”?  ¿Cómo se distinguirá el talento “local” del “nacional”? ¿Quién lo certificará?

No puedo dejar de pensar que la propuesta, tal cual como está redactada, posee un cargamento de arrogancia centralista que denota una falta de sensibilidad y conocimiento de lo que realmente ocurre con la ópera en México (el país). ¿Conocerá Vargas la historia de la ópera de las entidades? ¿Conocerá el trabajo de promotores, críticos, artistas que han dedicado tiempo en las entidades a mantener vigente la ópera? Ya lo ha dicho José Noé Mercado en su cuaderno “Luneta2” publicado por “El Financiero” (2012) el cual debería ser leído por cualquier profesional o amante de la ópera; “diversos estados de la república, teatros y compañías independientes o instituciones culturales varias, no han cejado en su interés por presentar títulos operísticos, que no sólo mantienen vivo este arte sino que brindan fuentes de empleo a músicos, cantantes y creativos”.  No hace falta un estudio exhaustivo para llegar a esta conclusión aunque aparentemente las cabezas de “Ópera de Bellas Artes” no se han percatado de ello.
No se habla sobre un aspecto fundamental que es la “formación de voces”. Francamente 14 becas no representan ni de lejos el universo de voces en formación que hay en diversas escuelas del país. ¿Dónde estarían los esfuerzos enfocados a la formación de docentes? ¿Dónde está una propuesta contundente para la formación de públicos? Todo queda perdido en la redacción de dicho documento.  Se habla de “Audiciones Nacionales” con la intención de “contar con un registro nacional de voces, que permitirán apoyar la selección de elencos para las producciones de Bellas Artes”.  No se habla de cómo se pretende mantener o establecer un proyecto operístico en las entidades, de cómo generar proyectos operísticos que den vida al acontecer artístico local.

Y, ahí está el detalle; a “Ópera de Bellas Artes”, en realidad no le interesa ni la educación, ni el desarrollo de la ópera en los estados, es más, no sabe realmente qué papel ha histórico ha jugado la ópera en las entidades.  Lo que le interesa es reconocer a los recursos vocales y económicos que le puedan ser de utilidad, primeramente, para sus propias temporadas. Esto último no debe de escandalizar, es el ABC de toda compañía de ópera. ¿Por qué no entonces asumirse como una compañía de ópera local?
Curiosamente, en Monterrey el proyecto “Ópera de Nuevo León” ha dado un giro en los últimos años que lo convierte en el mejor ejemplo de cómo trabajaría “Ópera  Bellas Artes” a nivel estados; Tenemos un proyecto en gran medida subyugado a traer talento vocal de fuera; producciones, voces, directores, bajo la excusa de que así es más barato. Los números que arrojó la producción del 2012 de “Turandot” de Puccini desmienten dicha premisa. Bajo el liderazgo de Gerardo González, Ópera de Nuevo León, con la excepción de uno o dos cantantes cercanos, ha dado la espalda a diversos artistas locales para construir vehículos solventados con artistas internacionales mediocres; léase Othalie Graham o artistas nacionales en papeles donde son sobrepasados, como Luis Chapa en Calaf.  Las voces locales, eminentemente líricas, no encuentran oportunidades de trabajo estables entre la cerrada visión de producción operística, principalmente sustentada en el verismo. 

Urge una reevaluación de Ópera de Nuevo León. Urge proponer vehículos vocales que se solidifiquen con las voces locales y crezcan hacia afuera y no a la inversa. Urge un proyecto que permita más de un par de montajes anuales, idealmente con un planteamiento mixto en colaboración con la IP.  Por mucho tiempo en Monterrey se ha concebido la ópera como un arte sustentado en el talento externo. Es el momento de hacer lo opuesto. No se podrá garantizar la estabilidad de un proyecto operístico en Monterrey hasta que éste se cimente principalmente en las posibilidades de los artistas locales. Después de esta primera fase se podrán albergar deseos internacionales. Así es como han funcionado algunas compañías de ópera locales como Ópera de Sabadell en España o  diversas compañías locales alemanas. Es inadmisible, por ejemplo, que un tenor de la talla de David Lomelí sea ignorado en Monterrey.

Tal cual como son las cosas, no puedo dejar de pensar que Ópera de Bellas Artes se mantiene dentro del discurso operístico elitista; Se hará un acopio de las mejores voces para engalanar las temporadas capitalinas y si se puede, mandar un elenco itinerante con algún caballito de batalla para justificar la labor “nacional”.

Al fin de cuentas llegamos a la ambigüedad que significa Ópera de Bellas Artes ¿Es una compañía de Ópera Nacional o de la Ciudad de México? Para apoyar la ópera en los estados estaría en todo caso el Consejo para la Cultura y las Artes. “Ópera de Bellas Artes” debería cambiar su paradigma y concentrarse en implantar un proyecto vanguardista, funcional y artísticamente sólido para la capital. Que los estados determinen qué tan importante es la ópera dentro de su discurso cultural  y consideren si realmente desean involucrarse con una institución que por lo pronto no tiene brújula.

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