Drama íntimo, casi ritual "Gritos y Susurros" de Ingmar Bergman, adaptación al teatro de Agustín Meza
“Gritos y Susurros”, adaptación teatral de Agustín Meza del
filme del cineasta sueco Ingmar Bergman, es una propuesta intensa, a momentos
desgarradora, que hace uso de los planteamientos de Peter Brook en la búsqueda
de un teatro compacto desprovisto del efecto fácil y que a través de la
economía de medios se puede llevar a cabo en cualquier espacio; ya sea un aula,
un salón ya sea un espacio al aire libre. Siempre y cuando se tenga una obra y
actores.
En este caso, la Compañía de Teatro “El Ghetto” de Querétaro,
ha conjuntado talentos jóvenes de gran promesa con otros elementos más
experimentados que han logrado escenificar una obra intensa que, al igual que
la película, explora las relaciones de tres hermanas (una de ellas moribunda) y
su sirvienta.
El trabajo de las actrices que encarnaron a las tres
hermanas fue en general sobresaliente, comenzando con Diana Lara Santoyo que personifica
a Agnes, la hermana moribunda. Ella es el centro de atención esté dentro o
fuera de escena. Ya desde el inicio sobresale al encabezar una especie de
propio ritual autóctono, quizá fúnebre. Santoyo subrayó una Agnes grave, atormentada
a momentos. Su camino paulatino hacia su sumisión y enfrentamiento del destino
desplegó diversos rasgos y emociones.
Genny Galeano como María poco a poco desplegó una especie de
tour de forcé; sutil, cercana a María pero indiferente hacia su hermana Karin o
la sirvienta Anna. Paulatinamente va revelando su infeliz matrimonio con Joakim,
encarnado por Felipe Aguilar. La frialdad inicial contrastó con la pasión
intensa de la escena con el doctor, interpretado por Orlando Scheker. Una vez
que descubre su pasión hay un elemento sensual subyacente en sus interacciones,
incluso aquellas con sus hermanas. Uno de los momentos más poderosos fue la pesadilla
de Agnes en donde María la rechaza y la repudia. La intensidad llega hasta el
punto que María descubre lascivamente su pecho. Todo es realizado con un tiempo
teatral excepcional de parte de Galeano.
La joven Roja Ibarra, como Karin, logró crear un personaje patético,
casi imperceptible en un principio, hasta alcanzar también su tragedia en sus
relaciones prácticamente rotas con su hermana María y su esposo Fredrik. La
escena en la que se estimula con un vidrio bien pudo haber poseído mayor fuerza
pero ciertamente encontró gran dignidad y estoicismo en su creación.
Beatriz Juan Gil, como Anna, aportó tablas y experiencia a
su interpretación. El elemento de ternura, la voz sensata, fue coronado con un
monólogo final en donde abre su corazón sobre su relación con Agnes. Los
matices que logró con el uso de su voz conmovieron.
Alejandro Obregón, como Fredrik, logró encantar con su
estupenda voz de narrador y a la vez construyó un personaje desagradable, frío,
completamente alejado de su esposa. En su encarnación del demonio, fue efectivo
y provocó inquietud.
Desiderio Däxuni como el sacerdote, ayudó en gran medida con
su fuerte físico en el trabajo que se le requirió en complemento con los otros
actores. Felipe Aguilar también aportó con su violonchelo (ya que es músico
antes que actor) la partitura de la obra; una estupenda selección de las suites
de violonchelo de Johann Sebastian Bach.
El vestuario fue austero; descalzas y en camisón toda la
obra, los hombres con saco y pantalón, sin camisa y descalzos. (Con excepción
del sacerdote que viste la indumentaria religiosa).
Esta austeridad no importó pues Agustín Meza
logró en su propuesta que el público se concentrara en los actores. El ritmo a
momentos era solemne, casi un ritual, en uno o dos momentos amenazaba con perder el pulso. Sin embargo hay una riqueza de
confrontaciones y escenas. El uso del espacio escénico es de nota. Lástima que
nos estábamos sofocando por la falta de ventilación y las velas (cual capilla
ardiente).
Los efectos de la lluvia y el empleo de las ventanas y las
puertas del salón del Museo de la Ciudad de Querétaro fueron ingeniosos y bien
conseguidos. La obra se presentará hasta el 30 de abril en el Museo de la Ciudad de Querétaro (Antiguo convento de Capuchinas) Vale la pena verse, ante todo por el trabajo de ensamble y una efectiva reinterpretación de la obra de Bergman.
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