Algunos pensamientos sobre la novela "Manalive" de Gilbert Keith Chesterton
Entre los escritores más singulares que trabajaron en las primeras décadas del siglo XX, fue Chesterton el más cálidamente humanista. Desde mi adolescencia he sido un lector incondicional de este gran inglés. Fui capturado por los relatos del Padre Brown y posteriormente me deleité en el humor, suspenso y humanismo del "Hombre que fue jueves". Mi más reciente encuentro ha sido con "Manalive"(Hombre vivo), una obra indiscutiblemente Chestertoniana que no deja de sorprender en su trama. Ha sido un encuentro oportuno en una etapa de mi vida en la que se han dado diversos cambios, filosóficos, geográficos y culturales. Quisiera compartir algunas ideas que espero motiven a explorar la obra de este grande.
Manalive es sin duda, una de las obras más reconfortantes que haya dado la literatura en esas turbulentas décadas de comienzos del siglo XX. La novela es un canto a la vida, es más, me atrevería a decir que es una defensa fresca y apasionada de una de dos verdades certeras del ser humano(siendo la muerte, la otra). Pero la vida, según Chesterton, no va acompañada de la incertidumbre existencialista, por el contrario, la vida está alegremente cimentada en la fe, en la tradición cristiana occidental. Por supuesto que, al igual que en el resto de su obra, las reflexiones no son fáciles y los caminos son sorprendentes. Hay apariencias y paradojas entre la singular individualidad de los personajes.
Manalive nos propone a la pasión como motor de la voluntad. Una pasión humana que se alimenta de la candidez, capaz de sorprender a uno mismo. En la temática de Manalive hay una serie de hechos, que podrían parecer violentos pero inasibles a la crudeza científica. Chesterton juega con los planos científico y espiritual; este último el motor intrínseco de nuestras acciones. Innocent Smith, el personaje clave de la obra, es llevado a juicio no porque haya cometido un delito sino porque sus acusadores, seguros y ufanos de su raciocinio y seguimiento del método científico, son incapaces de comprender el plano espiritual que ha llevado a Innocent a recorrer el mundo para acometer su propia revolución; el reencuentro con su propia vida. Smith vive su vida con pasión y asombro. Externamente podría parecernos corto de inteligencia, pero lo que se ve no es lo que es. Poco a poco, el comportamiento peculiar de Smith va contagiando a los otros inquilinos de la residencia a la que ha llegado de forma tempestuosa. De esta forma, seres humanos mediocres se reencuentran entre ellos y surgen inesperadas relaciones.
La revolución de Smith es un eterno retorno a su familia y un viaje para repartir vidas a los moribundos; personas que a través de sus abstracciones existencialistas han dejado de lado su propia existencia. Durante su juicio, tenemos acceso a diversas cartas-relatos de personas con las que se topó Smith a través de su recorrido y que van arrojando reflexiones en torno a la vida y la cultura. A través de la elocuente, a veces irreverente, defensa de Michael Moon, irlandés reconvertido a la vida e inquilino de la residencia, Innocent Smith se nos revela como un simple pensador o un profundo pensador simple.
Warner, el principal acusador de Smith y su frío amigo Pym, criminólogo estadounidense, son incapaces de comprender otros matices de la realidad humana que aquello que apela exclusivamente al intelecto. Matices que se desvanecen irremediablemente en sus ojos clínicos. El "atentado" que ha sufrido Warner de manos de Smith es un hecho crudo e incontrovertible pero el transfondo que se va revelando a través de los relatos va dando substancia al peculiar comportamiento de Smith. Warner como tantos muertos en vida, no llega a reconocer, en su apatía distante, el mensaje vital transmitido por Smith. Warner y Pym ven en la pistola de Smith un instrumento homicida pero carecen de la capacidad de asombro para aceptar las verdaderas motivaciones del personaje, inocente en nombre y en culpa. La pistola de Innocent es un instrumento para salvar vidas. A veces vivimos nuestra vida tan despasionadamente que necesitamos que se nos recuerde que estamos vivos.
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